lunes, 13 de octubre de 2014

LOS CELTAS Y LA CONQUISTA ROMANA

LOS CELTAS Y LA CONQUISTA ROMANA


Los monumentos d´Avebury, el templo de Stonehenge y otros parecen probar la existencia de una población numerosa, habituada a unirse por una acción común, bajo la dirección de una autoridad aceptada, hace unos 2000 años a.C
¿De dónde provenían estas familias que, luego de la desaparición del hombre paleolítico y al final del período glacial, habrían poblado Inglaterra, trayendo con ellos los bueyes, las cabras y los cerdos?
Los esqueletos muestran dos razas: una, con el cráneo alargado y la otra con el cráneo más ancho. Eran dos civilizaciones distintas, una de las cuales fue denominada con el nombre de Ibéricos, probablemente de España.
Los viajeros que regresan de Malta se quedan asombrados por los trazos comunes que ofrecen los monumentos megalíticos, en dos lugares tan alejados el uno del otro. Sin duda hubo en tiempos prehistóricos en el Mediterráneo, sobre las costas del océano y hasta las islas Británicas, una civilización bastante homogénea, como hubo más tarde en el Medioevo con la  cristianos. 
Esta civilización fue transportada a Inglaterra por inmigrantes, que quedaron en contacto con el continente, gracias a los mercaderes que venían a buscar los metales de  Bretaña y llevar a cambio los productos del Levante y el ámbar del Báltico. Poco a poco, los isleños aprendieron el arte de la agricultura, a construir barcos y a fundir el bronce. Es interesante imaginar la lentitud de ese progreso, que ocupó a los hombres durante siglos.

LOS CELTAS

Entre el siglo VI  y el IV a C. llegaron a Inglaterra e Irlanda vagas tribus pastorales y guerreras, echadas de Francia, que tomaron el sitio de los Iberos. Esas tribus pertenecían a un pueblo celta, que  ocupó inmensos territorios en el valle del Danubio, el norte de los Alpes y la Galia. Se desplazaron por la presión de un pueblo más fuerte; fueron tribus que amaron la guerra, aun entre ellos; eran hombres grandes y fuertes, que se alimentaban del cerdo y de la papilla de avena, que bebían cerveza y eran hábiles en  conducir carros. Altos, de cuerpo linfático, piel blanca y  cabellos rubios. En esa larga y lenta invasión céltica, los historiadores distinguieron dos olas primordiales: la primera, Galesa, que les cedió su lengua -el gálico- a Irlanda y a Escocia; la segunda, formada por los Bretones, de donde deriva la lengua galesa y el bretón, en Francia.  Las invasiones germánicas en Inglaterra hicieron desaparecer la lengua celta. Sobrevivieron sólo algunos nombres de raíces célticas.
Los bretones bebían una mezcla de granos fermentados y miel. Doscientos años más tarde una crónica nos describe las minas de estaño y  la manera cómo los lingotes eran transportados sobre las espaldas de un asno o de un caballo, para s luego ser embarcados.
El clan celta no era totémico, sí familiar.  En Bretaña, en la época del César, se encontraron a los más célebres druidas, cada año en un punto central, quizá en Stonehenge. Los druidas enseñaban que la muerte era un desplazamiento y que la vida continuaba con sus formas y sus bienes en el mundo de los muertos, los cuales formaban una reserva de almas disponibles. Ese capital de almas no estaba limitado a la especie humana; creían también en la metempsicosis, rasgo común con el Oriente.
Las relaciones entre los británicos y los belgas eran estrechas y constantes. En el momento de la invasión romana, los celtas de las islas estaban menos armados que los galeses de Francia, quienes habían abandonado el carro de combate, porque encontraron los caballos. Los bretones no los conocían; tenían una infantería, en vez de una caballería.
En Bretaña como en Galia, los celtas, inteligentes y ligeros, imitaron la civilización romana. Los profesores, formados por los druidas, dieron a los galos su cultura clásica. Más tarde, en la Edad Media, los monjes irlandeses recordarían   el culto a las letras griegas y latinas, aunque nunca  les atrajo  las artes y los adornos en espirales en sus armas,  las joyas o vasijas de barro, aún teniendo más fantasía que los prácticos romanos. A la literatura europea le otorgaron un sentido oriental de misterio, que le es propia. Es en Tristán e Iseo o el rey Arturo, que la literatura céltica dejó su impronta europea. Con la formación de Inglaterra, los elementos célticos se conservaron en el Oeste de las islas.

LA CONQUISTA ROMANA

La Galia, habiendo sido conquistada, convertía a Bretaña en el fin de la campaña de los romanos. En esas islas fabulosas esperaban encontrar oro, perlas y esclavos. Hicieron una corta expedición de reconocimiento en el año 55 a. C; enviaron un vasallo para elegir el lugar de desembarque favorable, pero fue un error. Los bretones, advertidos, los esperaban  en la orilla. El ejército romano era superior al bretón pero, a pesar del éxito parcial, César reconoció que su pequeña armada no estaba del todo segura. Esta expedición sin gloria llegó al Senado de Roma como si hubiera sido una victoria extraordinaria. Pero César era realista; aprendió a conocer a los bretones y  la naturaleza del país, con sus puertos y sus tácticas. Sabía que no podía vencer sin una caballería y estaba decidido a regresar al año siguiente. Regresó y encontró a los bretones bajo la mano de un jefe. Los romanos se dirigieron por el río hacia el norte del Tamesis. César negoció hábilmente; el jefe fijó el tributo a pagar cada año al pueblo romano. Cicerón se burló en Roma de esta conquista, que sólo aportó algunos esclavos; la vio más como una victoria política interna  que una victoria imperial.
César murió y Bretaña fue olvidada por un siglo. Mientras tanto, el sur y el centro de ella eran parte del Imperio Romano; en el norte, la ocupación no progresó.

FIN DE LA INGLATERRA ROMANA

El fin del poder romano en las islas coincidió con una debacle de desórdenes en extremo peligrosa para el Imperio. Hacia el 384 a.C.(-SIII) se llevaron las tropas de Bretaña a Galia. Los soldados no eran romanos sino bretones. La provincia se encontraba privada de defensores.

S V

La conquista de los sajones fue lenta y la defensa, bravía. En el año 429 a. C,(-IV) el obispo San Germán  dirigió una lucha contra la herejía, lo cual prueba que los bretones tenían  tiempos para el placer y el ocio  y además para ocuparse de la teología. Durante ese  período, habiendo visto amenazada la ciudad de San Germán,  organizó una emboscada y -en el preciso momento- lanzó a los cristianos contra los bárbaros, que fueron vencidos al grito de “aleluya.”

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