sábado, 18 de octubre de 2014

FIN DE LA EDAD MEDIA

 FIN DE LA EDAD MEDIA

Aunque la guerra de los Cien Años finalizó con un rotundo fracaso para los ingleses, su recuerdo les parecía glorioso. El pueblo inglés se juzgaba invulnerable en su isla y despreciaba a las otras naciones. Eran orgullosos y este orgullo estaba fortificado por la riqueza del país, mayor que la de los demás países del continente. Un exiliado en Francia dijo estar sorprendido por la miseria de los campesinos franceses: “beben agua, se alimentan con papas y pan; no comen carne, salvo muy de vez en cuando y sólo entrañas y cabezas. Todo esto sucedía en Francia, fruto del poder Absoluto.
Inglaterra no podía cobrar impuestos no consentidos. Desde la época de Eduardo III no osaba aumentarlos sin aceptación del Parlamento. En cambio, en Francia, Carlos VII obtenía los impuestos directamente, sin necesidad de ningún Parlamento.
En Inglaterra  la libertad del pueblo debilitaba al rey. Cada hombre era en las islas su propio soldado y su propio policía. EL rey no poseía tropas.
Carlos VII, en Francia, tenía un pequeño ejército de hombres armados, una caballería ligera más un fuerte de artillería, aunque no existía la milicia en los pueblos.
En Inglaterra era necesario finalizar con la violencia y la ilegalidad. El pueblo que, en la época de la guerra civil, sufrió la anarquía, estaba dispuesto a un relativo despotismo, aunque siempre el rey debía respetar las formas. La idea de la monarquía estaba limitada aunque sólidamente anclada en el espíritu sajón inglés, que fue siempre brutal y violento, pese a la educación subyacente.  El gran escritor del medioevo, Chaucer, nos habla de  del campesino y de su personalidad: de cabellos rojizos, vigoroso, rústico, de grandes espaldas y con la espada siempre a su lado, la violencia media fue atemperada  a medias por la cortesía caballeresca y la caridad cristiana religiosa.
Pero en el S XV los hombres leían novelas y a la vez pegaban a sus mujeres y destrozaban al débil. Los modales familiares eran duros y el casamiento visto como un negocio. El padre vendía a su hija, que no osaba protestar. Luego de la boda, Chaucer nos aclara cómo las mujeres trataban a sus maridos.
A veces administraban los negocios de sus maridos, siendo muy prudentes
Ser viuda era una ventaja. Las mujeres tenían libertad en el comercio y hasta podían convertirse en sheriffs, viajar solas y también peregrinar.

CABALLEROS Y COMERCIANTES

Desde este siglo en adelante caballeros y comerciantes deseaban tener casas en el campo. Los dueños y los sirvientes ya no comían en el mismo lugar; las casas eran  más amplias; tenían un living o “lugar para conversar”, que permitía recibir a las visitas fuera de la alcoba. Tenían un jardín  con flores y hierbas medicinales, como alimento o por su aroma. Los jardines ingleses son  los más bellos del mundo, aún en la actualidad. Tenían bancos y un césped espeso y delicado como el terciopelo, donde las damas se paseaban. Las costumbres se volvían lujosas, mientras las casas de los pobres y de la clase media seguían siendo primitivas.
El país se cubrió de iglesias y de estatuas. Hacia fines del siglo, aparecieron los primeros libros impresos. Hubo un acceso a la cultura; los nuevos lectores deseaban libros piadosos, de gramática, crónicas rimadas y traducciones de grandes escritores latinos. La prensa reemplazaba a los copistas de los monasterios, donde la lengua inglesa rivalizaba con la latina,
El comercio y los artesanos  estaban en pleno  desarrollo.
El rey Enrique VI no estaba hecho para tiempos duros. No era tonto sino un santo, un poco infantil; dulce y débil, aunque respetable. En las grandes guerras de su reinado fue un mero espectador, dejando actuar a sus tíos y solamente subía a escena en un cortejo o un rito sacro. Casado con Margarita d´Anjou, era paciente y afectuoso. Oía misa, estudiaba historia y teología; vivía como un burgués y tenía horror a la pompa. Llevaba zapatos con puntas redondas, como sus paisanos. Cuando vestía ropas reales se ponía en su cuerpo un cilicio. Antes de tomar  alimentarse rezaba  frente  a un retrato de Cristo. Dejó monumentos destacables y muy bellos. A mitad de siglo, hizo construir la abadía de Westminster y fue el fundador del colegio Eton, y de Cambridge, donde  construyó la admirable capilla, pero estas construcciones  terminaron arruinándolo. En una época donde la nobleza se enriquecía, el rey estaba cubierto de deudas. Tuvo que pedir dinero para celebrar la Navidad, aunque ya no le otorgaban más crédito. Estos soberanos inocentes eran presas fáciles para los nobles sin escrúpulos; el rey terminó mostrando signos de locura y  perdiendo  la razón. El dulce rey fue encerrado en la Torre de Londres y su primo se hizo coronar en la Abadía, bajo el nombre de Eduardo IV. Una pelea con sus consejeros puso nuevamente al rey sin juicio en la corte. Eduardo IV, indignado, hizo matar al dulce rey y al principito. Luego del doble crimen reinó sin oposición hasta e fines del S XV. Fue un rey renacentista, brillante y cínico. Vivía al día. El triunfo de la casa de York fue un golpe al prestigio del Parlamento. El York pretendía reinar por el solo derecho de herencia. La cámara dejó de representar a la comunidad inglesa.
Eduardo IV dejó dos hijos, que fueron asesinados mientras dormían, asfixiados con una almohada por su tío, Ricardo de Gloucester, hermano del rey. Muchos años después fueron encontrados amurados a la pared. Cuando el pueblo supo del asesinato de los dos principitos de 5 y 7 años de edad hubo un sentimiento de furia, aunque fatigados por las guerras civiles y las usurpaciones del trono, no hicieron nada. Fue una oportunidad de reconciliar a la nobleza: el York y los Lancaster.
Quedaba un Lancaster, Enrique Tudor, duque de Richmond, adolescente enfermizo; prudentemente se había refugiado en Bretaña. Si se casaba con Elizabeth de York, hija del rey Eduardo IV, las dos casas enemistadas durante años quedarían unidas. Ricardo III comprendió el peligro y él mismo quiso casarse, pero Enrique Tudor se le adelantó y ganó la batalla. Ricardo murió en la pelea y Enrique fue coronado como Enrique VII. La guerra entre los nobles terminó e Inglaterra dejó de mutilarse. La boda se efectuó al año siguiente.
La Inglaterra de mitad del S XV estaba lista para la felicidad, luego de una época de transición y una sociedad de varios siglos en declive.

Una nueva sociedad se levantó; la riqueza de los campesinos y artesanos asombraba.
Sólo  faltaba un gobierno fuerte. Y este sería el joven Enrique Tudor, futuro Enrique VIII, segundo hijo del soberano,   descendiente de Eduardo III, por la casa de los Lancaster. Al casarse con Elizabeth de York fue el único heredero posible.
Durante quince años surgieron pretendientes, sin poner nunca en peligro el trono real; reinaba una estabilidad sorprendente, pues el rey no era guerrero. Era un ser distante y misterioso; algunos lo tenían por avaro y desconfiado, dueño de una inmensa fortuna. Dejó millones de libras. Llevaba un registro de sus cuentas como un buen burgués. El dinero era poder.
En el S XVI un rey pobre era débil, sometido a los nobles y al Parlamento. Enrique VII y sus hijos no dependían de ellos. Con una armada de 150 guardias eran soberanos venerados. La guerra civil había disminuido en gran parte a la nobleza. Los Tudor se apoyaron en las tres clases nuevas: los Gentry, los Yeomen y los comerciantes. Los gentries vivían en el campo; de allí provienen la palabra gentleman, propietarios de tierras heredadas.

EDUARDO I, II y III





Entre los patricios y los plebeyos, entre los señores y los paisanos normandos se había elevado desde el S XI una doble barrera del lenguaje y del rencor, pero rápidamente las dos civilizaciones se habían mezclado. Los paisanos normandos habían respetado las costumbres del pueblo inglés. Cuando sube al trono  Eduardo I, la fusión era casi completa y el reino era su símbolo. Pese a que descendía en línea directa del Conquistador, era un rey inglés. Su objetivo principal no era reconquistar Normandía ni reconstruir el imperio perdido sino lograr la unidad de Gran Bretaña, sometiendo los países de Gales y de Escocia.
Eduardo I hablaba naturalmente inglés y francés. Bajo su reino, la lengua inglesa se afianzó y antes del fin del S XIII no se enseñaba más francés en las escuelas inglesas.
Eduardo I prefigura la Inglaterra moderna y su actitud -pese a su sincera piedad hacia el Papa- era la de un jefe de Estado nacional e insular. Por su temperamento permanece feudal y, por sus gustos, era un verdadero Plantagenet. Hombre soberbio, vigoroso, bien plantado, su placer era la caza y los torneos. Su regreso de la cruzada recuerda a los caballeros errantes en las novelas ataca a una brigada en Borgoña y se bate con el Conde Chalons. Cuando conquista el país de los galos, exige la corona del rey Arturo y organiza un banquete. Con respecto al Rey de Francia, observa el código del perfecto vasallo, ya que Eduardo I le debe obediencia, por su dominio sobre Gascoña, región en Francia.

Desde la revuelta de los barones, comprendió que el despotismo había terminado en las islas y que el solo modo de consolidar la monarquía era apoyándola sobre las clases nuevas que crecían. Iracundo, orgulloso, testarudo, a veces duro, aunque trabajador, honesto, este caballero era un hombre estadista. A fines del S XIII, Eduardo I,  expulsó a todos los judíos de su reino. Muchos años más tarde, cuando regresaron, encontraron que los cristianos eran ahora rivales tolerantes e indulgentes.
La prosperidad de Londres se debió a no haber cobrado más impuestos. Se señaló una única ciudad por donde debían pasar todas las exportaciones del reino. Al principio fue Brujas – en Bélgica- y luego Calais -en Francia-; de este modo, el gran comercio y la industria comenzaron a desarrollarse en la Inglaterra  del Medioevo.

ORIGEN Y CRECIMIENTO DEL PARLAMENTO

Bajo este rey aparece por vez primera el Parlamento, compuesto por dos Cámaras. A las dificultades imprevistas, el sentido común de los reyes, la fuerza de los barones, la resistencia de los burgueses opusieron expedientes exitosos. El Parlamento nace de estos encuentros, convocados por el rey, como instrumento de gobierno, que se tornó lentamente en un instrumento de control, para los barones y para la nación.

S XIV

Muy al inicio del siglo,  el Consejo tenía setenta miembros: 5 condes, 17 barones y los demás eran funcionarios eclesiásticos o reales.  Eduardo I convocó a los que tenían necesidad de consultar. La costumbre de convocar a los  militares, a la iglesia y la plebe, con el fin de pedir su consentimiento en los impuestos, no era lógico en ese siglo ni en esas islas. Era una idea europea, aunque la estructura original de la sociedad inglesa hacía que el Parlamento se tornara de inmediato muy diferente de los estratos generales franceses.


En Inglaterra, la nobleza era de servicio más que de nacimiento; todavía hoy se inclinan hacia las funciones públicas. No se podía pronosticar el poder futuro del Parlamento. Era necesario que obtuviera el voto a los impuestos, el control sobre ellos, el derecho a promulgar leyes,  que era un derecho real; los Comunes sólo podían presentar peticiones; el derecho de dirigir la política general del país era monárquico, el rey era responsable así  como su figura era inviolable; no se lo podía acusar, ya que un conflicto entre el Parlamento y el Rey podía bien llegar a la anarquía.

EDUARDO I Y LOS CELTAS. 
CONQUISTA DE GALES. 
FRACASO EN ESCOCIA

Del mismo modo que Eduardo I era el primer Plantagenet  fue también el primero que intentó terminar con la conquista de las islas Británicas. Para esa misión fue preparado, desde la adolescencia. Su padre, en 1252, le había otorgado Irlanda, el condado de Cheste, el país de Gales, las islas anglo normandas y Gascoña, en Francia.
Desde que los celtas fueron rechazados por los sajones, se  refugiaron en las colinas de Gales y de Escocia y  conservaron su independencia, pese a las continuas luchas intestinas. Conservaron su lenguaje y sus hábitos. Los galeses -durante la ocupación extranjera- habían desarrollado un sentimiento nacional.
En vano, antes de ser rey, Eduardo I  intentó imponer a los galeses las costumbres inglesas, aunque no lo logró. En esa guerra, el joven futuro rey se había arruinado, pero aprendió a conocer sus métodos de combate, el valor de sus arqueros armados con un largo arco y la imposibilidad de emplear contra ellos la caballería feudal, a causa de sus flechas desconcertadas, que los desbandaba. Todas estas lecciones fueron asimiladas.
Toda empresa de vencer a Irlanda fue en vano. Irlanda, cuna de santos, había sido en parte conquistada por los daneses, que habían ocupado solamente el Este; las tribus celtas continuaron su rebelión en el interior de la isla.  
Durante el período que esta isla no perteneció a la Inglaterra Romana, se volvió extranjera a la historia europea; había vivido al margen del mundo.
Los barones normandos con castillos en  Irlanda adoptaron su lenguaje y hábitos; por derecho, reconocían la soberanía del Rey de Inglaterra;  mantenía un régimen de anarquía feudal. Inglaterra era todavía débil para conquistarla.
Cuando Eduardo I fue coronado rey, preparó una expedición a Gales, que condujo él mismo. Intentó una política pacífica, generosa y honorable. Se preocupó por administrar el país de Gales rechazando las costumbres bárbaras. Mantuvo sus leyes, pero igualmente logró una revuelta. El Rey, esta vez, los combatió a muerte. Los enemigos fueron colgados.  
Recién iniciado el S XIV- el Rey le cedió a su hijo, nacido en Gales y educado por una aya galesa, el título de Príncipe de Gales, que continuó siendo el título de todos los hijos primogénitos de los reyes.
Vencedor de los celtas de Gales, fracasó con los celtas de Escocia. Allí, habían formado una monarquía feudal. Cuando el rey de Escocia murió, sin dejar un heredero - había una niña que vivía en Noruega, pero murió en la travesía por mar. El Rey de Inglaterra le había propuesto muy sabiamente casarla con su hijo para unificar los dos reinos; al morir, los barones escoceses se pelearon por la corona. Uno de ellos fue elegido y coronado, aunque el monarca inglés exigió el reconocimiento de su soberanía. Los escoceses creyeron que era una soberanía nominal. El barón escocés se alió al rey de Francia, enemigo del rey inglés,  negándose a obedecer. Eduardo I entró en Escocia, hizo prisionero al barón, coronado como rey, quitó la piedra sagrada de Scone y la insertó en el trono de los ingleses para espanto de los escoceses.
Eduardo I comenzó siendo misericordioso; como en Gales, impuso las leyes inglesas que él admiraba, pero obtuvo una resistencia imprevista del pueblo, no así de los barones (sólo uno se sublevó        ). 
Los romanos reconocían que una victoria en esa región era el preludio de un fracaso. Las líneas de comunicación eran más largas, el clima, muy duro y el país, muy pobre. Al inicio del S XIV  Eduardo se creyó dueño de la región, pero otro barón se sublevó y se hizo coronar en Scone.

Eduardo I estaba ya viejo y débil; sin embargo, juró aplastar la revuelta y –si salía vencedor- nunca más tomaría las armas contra los cristianos e iría a morir a Tierra Santa. Esta última campaña terminó con él. Muy enfermo, se despidió de sus hijos y pidió que su corazón fuera enviado a Jerusalén con cien caballeros y que su cuerpo fuera sepultado en Escocia.
Eduardo II, hijo del rey muerto, se casó con Isabel de Francia  hija  del rey Felipe el Bello. 
Eduardo II  cuando logró tener  un heredero se desatendió de sus deberes conyugales para continuar la conquista de la región. Era un hombre extraño; muy bello, afeminado,  homosexual, tenía favoritos que le imponía a la reina, incluso le pedía joyas para regalárselas a ellos.  No le interesaban ni las mujeres ni los problemas del reino. Isabel, junto a su amante Mortimer, lo hicieron prisionero, lo obligaron a que abdicara a favor de su hijo de catorce años y  lo mataron con torturándolo. Cuando Eduardo III subió al tono, lo primero que hizo fue  poner en prisión en la Torre y luego ejecutar a Mortimer, el asesino de su padre, y gobernar como su abuelo, esforzándose en ser un rey enérgico.


LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

Entre Francia e Inglaterra una guerra decisiva era inevitable. El Rey inglés ocupaba parte del suelo francés; legalmente había regiones que estaban en poder de los ingleses; el rey de Francia, Felipe IV, el Bello, las deseaba para poseer todo el país entero. Apoyaba al rey de Escocia contra el rey de Inglaterra, que necesitaba conquistar el norte de esa isla a fin de lograr la seguridad del reino. La situación no podía durar.
El conflicto era la pretensión de Eduardo III al trono francés, siendo nieto de Felipe IV; tenía derechos legítimos, aunque existía otro nieto del rey de Francia: Carlos, hijo de Felipe el Largo- y Juana de Navarra. Aplicando la ley sálica, dejaron de lado a ambos nietos y eligieron a Felipe de Valois, hijo de un hermano de Felipe IV. Eduardo III, le rindió primero homenaje al nuevo rey de Francia.

Sin embargo, la guerra estalló; fue una guerra feudal, nacional e imperialista; fue popular en Inglaterra, porque al ser Francia un país rico, los guerreros ingleses se enriquecían si vencían en las batallas y traían un botín importante a sus hogares.
Inglaterra necesitaba el dominio del mar para continuar su comercio; enviaban tropas al continente,  estando ligada a esas tropas. 
Desde los primeros días, la marina inglesa fue vencedora en cinco puertos importantes. Mientras esta superioridad se mantuviera, ella sería vencedora. Eduardo III no le prestó mucha atención; fue negligente con su flota y los franceses; mientras tanto, los franceses se unieron a los españoles, quedando así la flota inglesa en inferioridad. Eduardo III intentó unirse a los flamencos y al Emperador español, otorgándole oro, plata y joyas a los nobles; su plan de campaña era destruir el Norte de Francia y retirarse por Flandes, pero encontró todos los puentes destruidos y no pudo atravesarlos. Felipe IV lo esperaba con un ejército; los ingleses se creyeron perdidos. La batalla de Crecy- en 1346- y la toma de Calais, les había otorgado a Inglaterra la dominación de la Mancha, que conservaron durante dos siglos, luego de expulsar a los habitantes galos y reemplazarlos por ciudadanos ingleses.
Los soldados anglosajones -en estas primeras campañas- fueron constantemente vencedores. Diez años más tarde ganaron la batalla de Poitiers; el éxito del régimen feudal había sido el triunfo de la caballería.
El feudalismo fue arruinado por la artillería.  A fines del S XIII  los arqueros británicos adquirieron un lugar importante en la armada de su país. El arco corto era débil y no tenía la penetración para detener una carga de Caballería. La ballesta, introducida en ambos países por los mercenarios extranjeros, pareció un arma peligrosa; el defecto que tenía era que su recarga era demasiado larga, mientras que el arco largo -que Eduardo III descubrió en Gales- tiraba rápidamente un proyectil a 160 metros y se clavaba en el muslo del caballero o en su montura. Los hombres estaban vestidos con una cota de malla. Eduardo I había impuesto en su reinado el uso del arco largo a todos los pequeños propietarios ingleses, so pena de multas. Era el único pasatiempo legal de sus súbditos. Todos los padres con una renta posible debían poseer un arco y flechas para enseñarles a utilizarlas a sus descendientes.
La victoria de Eduardo III fue gracias a la superioridad de sus armas. Ningún rey era más feudal que él; amaba la representación de los caballeros; era cortés, suspiraba por las damas, juraba haber recreado la Tabla Redonda, construyó la torre circular de Windsor y fundó la Orden de la Jarretera, compuesta por dos grupos de doce caballeros, enviados uno por el rey y otro por su hijo, el Príncipe Negro. Era un rey realista que tomó como divisa: “es como es”-. Era buen administrador y heredó una monarquía bien organizada. Los impuestos entraban a las arcas con facilidad, sobre todo porque era una guerra popular atacar al vecino país del continente. El pueblo británico odiaba a los franceses desde que la  conquistaron y la dominaron. Francia, en cambio, odió a los ingleses durantes esta  guerra.
El rey de Francia no pudo, al principio, contar con su pueblo contra el invasor. Muchos estados provinciales eran diferentes y rebeldes a pagar impuestos. A falta de dinero, el rey francés no podía juntar soldados; debía contentarse con la caballería feudal, que despreciaba a la infantería. Luego de la victoria inglesa de Crecy, los nobles de Francia no admitieron la derrota. Pero en la batalla de Poitiers, Eduardo III,  diez años después de la anterior, comprendió la lección. Desde ese momento, la armada francesa se rehusó combatir; se encerró en los fuertes; era un adversario no armado ni apto para la guerra sitiada. En la campiña, los paisanos estaban cansados de la invasión. La armada inglesa se movía sin poder combatir. Las tropas se quejaban de esta larga espera. Por fin, en 1361, Eduardo III firma la paz, contentándose con Aquitania, Poitiers y Calais, regiones muy ricas. Era una mala paz, pues no resolvía el conflicto grave de la soberanía de los ingleses sobre las provincias, que no deseaban ser  inglesas.  Murmuraron que el rey de Francia no tenía derecho a  ceder sus vasallos al rey de Inglaterra; los nobles pensaron que no se iban a someter jamás. Esta resistencia fue el germen de guerras futuras y acabaría con la liberación final del norte de Francia al sometimiento inglés.

LA PESTE NEGRA Y SUS CONSECUENCIAS

El comienzo de la guerra de los Cien años fue para Inglaterra de una aparente prosperidad. El pillaje de esa región enriqueció a los soldados y a sus familias. Sin embargo, las epidemias cubrían diferentes enfermedades como la cólera, la peste bubónica o la gripe infecciosa. La higiene era nula y el contagio era veloz e inmediato.
Se la denominó la peste negra, porque el cuerpo se cubría de placas oscuras. Su origen provenía de Asia y atacó la isla de Chipre hacia el 1347; un año después atacó Avignon y   llegó a las islas Británicas. La mortalidad fue inmensa. Como no quedaban vivos para enterrar a los muertos, los moribundos cavaban su propia fosa. Los trabajos del campo fueron abandonados y las ovejas sin pastores erraban por los campos. Un cuarto de la populación murió, o sea 25 millones en Europa. En Inglaterra duró mucho tiempo. Estacionaria en 1349, reapareció al año siguiente y redujo la populación de 4 millones a 2, 5 millones de habitantes.
Las consecuencias económicas fueron devastadoras. Había escasa mano de obra y los jornaleros se hicieron exigentes y rebeldes. Los nobles no podía encontrar obreros para trabajar sus dominios; entonces, alquilaron sus tierras. El número de campesinos independientes aumentó y se tornaron poderosos. Algunos barones llegaban a un acuerdo con sus campesinos, por miedo a perderlos. Otros vendieron a un vil precio las tierras a sus paisanos, que pasaron a ser propietarios. Muchos renunciaron a la agricultura y se volcaron a la crianza de las ovejas. Este detalle parece minúsculo, aunque fue la primera causa del nacimiento del imperio Británico, ya que el desarrollo de la lana y la necesidad de conservar el dominio de los mares lograron una lenta transformación de una política insular a una naval e imperial.
La peste arruinó a la nobleza y enriqueció a los campesinos, que  pudieron adquirir tierras a buen precio; la mano de obra era muy cara. En los mercados vendieron el trigo y las legumbres a un precio más alto. El jornalero estaba feliz; si intentaban imponerlo un estatuto, los trabajadores se escapaban al bosque e intentaban encontrar otro condado, donde nadie les pedía explicaciones, ya que la demanda era un lujo; el paisano era un auxiliar indispensable, un asociado con el cual se debía contar. El pastor que ahora poseía vacas, pedía aumento por su trabajo. Antes, los jornaleros no comían pan de trigo; comían granos menos costosos y zanahorias y bebían agua; la leche y el queso les era vedado. En esa época, el sistema feudal estaba minado y tambaleaba. El microbio de la peste negra en pocos años  determinó la emancipación que en el S XIII no habría podido concebirse. 
La nobleza feudal, todavía durante un siglo,  se encarnó en grandes figuras como  ell Príncipe Negro, hijo de Eduardo III, que se casó con la hija del conde de Kent. Todos los grandes señores feudales mantenían soldados mercenarios -ya no vasallos- que alquilaban  para sus guerras al Rey de Francia.